AÑO DE LA FE

AVISO

Estimados visitantes del blog: debido a cuestiones de fuerza mayor no pude concluír el trabajo que me había propuesto: compartir el Credo comentado por Santo Tomás, acompañado de comentarios personales, a lo largo del Año de la Fe.
Por esa razón, la sección "Año de la Fe", no se actualizará.
Los invito a leer el Credo comentado por Santo Tomás! 


Seguimos con Tomás de Aquino
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25 de diciembre de 2012
Credo 

Artículo 3

Que fue concebido
Por obra del Espíritu Santo,
Nació de Santa María Virgen.

     El  cristiano ha de creer en la Encarnación del Verbo, nos dice Tomás. Y para que podamos entender  algo de ese misterio nos propone dos ejemplos.
        Primero: “… el Verbo de Dios, mientras permanecía en la mente del Padre, era conocido solamente de su Padre; pero una vez que se revistió de carne, como el verbo del hombre se reviste con el sonido de la voz, entonces por vez primera se manifestó y fue conocido, según dice Baruc: Después se dejó ver en la tierra y convivió con los hombres (3,38).
        Segundo: “Conocemos por el oído el verbo proferido por la voz, y sin embargo no lo vemos ni tocamos; pero si lo escribimos sobre un papel, entonces podemos verlo y tocarlo. Así el Verbo de Dios se hizo visible y tangible cuando fue como escrito en nuestra carne; y así como al papel en el que está escrito el verbo del rey se lo llama verbo del rey, así también el hombre al cual se unió el Verbo de Dios en una sola persona se llama Hijo de Dios”

        A continuación Tomás nos explica cómo fueron muchos los que erraron con relación a esta doctrina y por esa causa los Santos Padres, en el Concilio de Nicea añadieron algunas precisiones a la profesión de fe.
        Algunos de estos errores son:

·       Creer que Cristo es “un simple hombre que por su vida virtuosa y por su cumplimiento de la voluntad de Dios, mereció llegar a ser hijo de Dios, como los demás santos”.
·       Creer que la carne de Cristo es sólo aparente.
·       Creer que la Santísima Virgen concibió a Cristo por la unión con un hombre y no por obra del Espíritu Santo.


Tomás nos invita a corresponder a este regalo del Padre. Dice: “… nos sentimos inclinados a conservar pura nuestra alma. En efecto, nuestra naturaleza ha sido tan ennoblecida y exaltada por la unión con Dios, que ha sido elevada al consorcio con una persona divina. También el hombre, recordando la exaltación de su naturaleza, y meditando sobre ella,  debe cuidar de no mancharse ni de manchar su naturaleza con el pecado”
Además, “se inflama nuestro deseo de llegar a Cristo. En efecto, si alguien tuviese por hermano a un rey y estuviese alejado de él, ¿acaso no desearía llegar hasta Él y con Él estar y permanecer? Además, siendo Cristo nuestro hermano, debemos desear estar con Él y unirnos a Él. Cristo dijo a sus discípulos: Donde estuviese el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt. 24, 28) Por eso el apóstol deseaba morir y estar con Cristo. Nosotros también, si meditamos el misterio de la Encarnación, sentiremos crecer en nuestro corazón el deseo de partir para estar con el Señor”

¡Qué misterio la Encarnación del Verbo! Sólo en el silencio adorante podremos llegar a vislumbrar un pálido reflejo de esta sublime realidad.
El Santo Padre Benedicto XVI en el discurso con motivo de la veneración a la Inmaculada, el ocho de diciembre pasado, dijo que: “el momento decisivo  para el destino de la humanidad, el momento en el cual Dios se hace hombre está envuelto en un gran silencio…” “Aquello que es verdaderamente grande pasa a menudo desapercibido y el silencio tranquilo se revela más fecundo que el frenético agitarse que caracteriza nuestras ciudades”
¡Cuánta verdad encierran estas palabras de Benedicto XVI!
La vida que llevan los hombres de hoy, poblada de ruidos y actividad frenética, es una barrera que impide escuchar a Dios que habla en lo íntimo de nuestros corazones.
El Santo Padre nos dice que María, cuando recibió el anuncio del Ángel estaba recogida y abierta a la escucha de Dios, y que en Ella no había nada que la separara de Él.
Con esto el Santo Padre nos traza también a nosotros un programa de vida; si queremos escuchar a Dios es necesario llevar una vida silenciosa. Esto no significa “no hablar”, sino que es una actitud más esencial, más profunda, que consiste en no volcarse hacia las cosas exteriores, hacia las actividades que realizamos. Nuestra vida activa debe estar siempre fundada, enraizada en la vida contemplativa. Esto es: debemos llevar una vida de profunda oración y unión con Dios de forma que nuestra actividad en el mundo no sólo no sea un obstáculo para nuestra vida interior, sino que sea un reflejo de ésta. Aún en medio del ruido del mundo debemos pedir a Dios la gracia – y colaborar con ella -  de mantener siempre el silencio interior. Y esto sólo es posible cuando permanecemos atentos a la vida divina que hay en nuestras almas: ¡allí habita la Santísima Trinidad!
Sor Isabel de la Trinidad descubrió este gran tesoro interior y lo convirtió en el centro de su vida de carmelita.
Ella nos enseña que: “Este cielo, esta casa de nuestro Padre, está en el centro de nuestra alma. Cuando estamos en el centro de nuestra alma, estamos en Dios” (Carta a su hermana, agosto de 1905).
Lo primero que debemos hacer es tomar conciencia de esta verdad, y luego, vivir conforme a ella. Debemos vivir en el centro de nuestra alma, que es la morada de la Santísima Trinidad. Debe ser éste el santuario silencioso desde el cual parta toda actividad, y en medio de ésta, no quitar nunca los ojos del alma de este Cielo que llevamos dentro.
Si vivimos con clara consciencia de que somos realmente templos del Espíritu Santo, cuidaremos, como nos dice Santo Tomás, de no mancharnos con el pecado, y buscaremos permanecer con Él.
También nos dice el Santo Padre: “Hay una segunda cosa aún más importante, que nos dice la Inmaculada cuando venimos aquí, y es que la salvación del mundo no es obra del hombre – de la ciencia, de la técnica, de la ideología – sino que viene de la Gracia. ¿Qué significa esta palabra? Gracia quiere decir el Amor en su pureza y belleza, es Dios mismo así como se ha revelado en la historia salvífica narrada en la Biblia y acabadamente en Jesucristo”
Muchos no saben aún – y otros viven como si no lo supieran – que el Verbo se encarnó. Es nuestra tarea como creyentes contemplar y adorar ese misterio, del cual depende la salvación del mundo. Dios se nos ha revelado a través de las Escrituras, pero su amor por nosotros es tal, que quiso darse a sí mismo, y entonces tomó nuestra naturaleza, y habitó entre nosotros. Y sigue habitando con su cuerpo, sangre, alma y divinidad en cada sagrario del mundo. No le fue suficiente a su infinito amor caminar entre nosotros por treinta y tres años, sino que quiso quedarse con nosotros hasta el fin del mundo.
¡Dios vive en nuestras ciudades! En las grandes y hermosas catedrales y en la más pequeña y humilde capilla, ¡ahí está Él! Y no se va… aunque no lo visitemos, aunque lo despreciemos.
Nos dice Don Manuel González: “¿Cuándo se decidirán los cristianos a vivir cerca, muy cerca de sus iglesias para hacer sus cosas al sol del Sagrario?” (“Mi comunión de María”, nº 1271)

Debemos vivir bajo los rayos de ese Sol, permanecer en silencio ante el Divino Maestro que vive en el Sagrario. Sólo así podremos, como nos dice el Santo Padre de la Inmaculada, tener nuestro “pequeño corazón humano perfectamente «centrado» en el gran corazón de Dios”, y convertirnos en Sagrarios vivientes que, como María, llevemos a Cristo allí donde vayamos.
       
Verónica.




Credo!
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8 de octubre  2012

A pocas horas de comenzar el Año de la Fe, que el Santo Padre ha regalado a la Iglesia, he querido desempolvar una hermosísima profesión de fe escrita por el más grande poeta uruguayo de todos los tiempos: Juan Zorrilla de San Martín.
Yo la conocí hace unos pocos años gracias a un santo fraile capuchino. 
Pensé que a muchos podría despertar la fe dormida este canto tan profundo como hermoso, nacido del corazón de un verdadero creyente. No son palabras vacías, es fe bellamente esculpida en letra por un alma que vibraba al son de la Verdad.
En este año los católicos debemos despertar del letargo en el que hemos estado y comenzar a conocer y vivir nuestra hermosa fe.
Pidamos la gracia – y cooperemos con ella -  de poder decir con el poeta: “Canto mi fe orgulloso”.
Verónica
  


Credo…!

¡Dios y la inmensidad y mi conciencia!
¡Lejos, flotando el mundo de los hombres!
Sola, mi inteligencia
Se inclina a Ti, Señor, desfallecida,
Y se siente morir de tanta vida.

Mi pie posa en la tierra;
Pero mi alma, empujada
Por la mano absoluta de su esencia,
El infinito encierra,
Y se siente arrastrada
Hasta el linde inmortal de su tendencia.

Hela aquí: la región de las ideas…
Mas allá, la intuición del Infinito,
Cuyo ser inmutable
Dilata, con impulso necesario,
La comprensión del alma, indefinida
Luz de inmortalidad, fuente de vida.
La creación su rítmica armonía
Bajo mis pies murmura;
Mudos, los astros su tropel arrastran,

Sin marcar tiempo ni dejar su huella:
Que, ante tu ser, Dios mio,
Brillar no osara ni una sola estrella;
Que su enjambre sombrío
Es sólo leve polvo, que levanta
Una onda fecundada del vacío
Al estrellarse en tu divina planta.

Las ideas, cual átomos, circulan,
Y, cual vibrantes estrelladas olas,
Surgen del éter, palpitando ondulan,
Se pierden en confusas aureolas,
Y salpican mi frente
Las cascadas de luz inteligente.

¡Quién como tú, Señor! Clama el espacio;
¡Quién como tú, Señor! Ruge el Infierno;
A tu nombre, las bóvedas eternas
Estremecen sus arcos de granito,
Y ahoga su doliente eterno grito
La Ciudad del dolor, en sus cavernas.
Todo quieto ante Dios, todo sombrío;
Su aliento lo creado apenas mueve,
Y el corazón del universo, frío,
Ni a palpitar se atreve.

Yo alzo la voz, Señor, alzo la frente;
Y, ante el silencio y la quietud inmensa,
Llego tranquilo hasta besar tu mano…
¡Paso hasta mi Señor…! ¡Yo soy cristiano!
Con la sangre de un Dios, hasta Dios llego;
De pie sobre los mundos humillados
En sus brazos me entrego;
Con el sello del Cristo sobre el labio,
Con solo mi bautismo,
Orgulloso me siento ante Dios mismo.

¡Dios en mi corazón, Dios en mi frente!
Siento bullir la fe en mi pensamiento;
Mi corazón se expande…
Por la primera vez mi canto siento
Grande nacer, y levantarse grande.

Canto mi fe orgulloso,
Y quisiera a mi voz dar la pujanza
Del rugido furioso
De la fiera que el circo estremecía
Y, con robusta garra ensangrentada,
Al mártir la corona le ceñía;
La entereza sublime
De la virgen cristiana que, serena,
Realizando los mitos legendarios,
Pisa radiosa la sangrienta arena.

Señor: yo creo en Ti, tu nombre adoro;
Prosternado venero tus misterios;
Mi razón, de tus dogmas tributaria,
Se doblega ante Ti, forma tu coro,
Y ansía, cual la débil procelaria,
Oír la tempestad, grande, sin vallas,
Y pelear en el mundo tus batallas.

La luz de tu doctrina
Que, en el Calvario, confirmó tu Cristo
Con su sangre divina,
Deslumbró  mi razón; mi fe te ha visto,
En el nuevo Sinaí, velar tu frente,
No en medio del volcán impetuoso,
Y ceñida de rayos la cabeza,
Sino con nube de dolor sublime,
Oprimida la frente de tristeza,
Seco el labio que al mundo bendecía,
Y aterida la frente ensangrentada
Con la helada aridez de la agonía.

Señor: yo creo en Ti; mi pecho escuda
La fe que me enseñaste;
Y jamás vacilé; jamás la duda
Secó mi corazón con su veneno;
Firme la planta, el corazón sereno,
La frente enhiesta, desprecié al sectario,
Que, en su impiedad sin nombre,
Hundida en el polvo del error nefario,
A Ti no sabe alzar su frente de hombre.

Vi rugir a mis pies las tempestades
Que alzó el orgullo de la ciencia humana
En todas las edades;
Y, sobre sus escombros,
Cubiertos por el musgo de los siglos,
Se alzó mi fe más grande, más ardiente,
Como, al romper los diques, el torrente.

Las pasiones templé con la creencia,
Siempre temí la voz de la conciencia,
Y del hombre falaz la grita insana
Jamás oscureció mi fe cristiana.

¡Mi fe…! ¡Cómo en el mundo
Habrá quien la haga vacilar en mi alma
Si, a su solo mandato,
Vacilantes, los mundos desfallecen,
O, en el cenit clavados, se estremecen!
Si ante su voz, temblando
Callan los mares, y su seno rompen;
Brota la muerte vida;
Si, a su acento, la gran Naturaleza,
Sus inmutables leyes olvidando,
Inclina desarmada la cabeza!

Por ella, las cavernas
Brotaron a torrentes armonías;
Irradióse la luz de los desiertos,
Y la razón del hombre, antes cegada,
Columbró ya entreabierta
De los misterios la inviolable puerta.

Por ella, ante al tirano,
Entre los puros labios de la virgen,
Se hermanaba el dolor con la sonrisa;
Y, cual notas lejanas de un delirio,
Recogió el cielo unidos
El himno de la gloria y del martirio.
Ella, frente a los ojos de un marino,
Trazó aquel derrotero misterioso
Que a nuestra madre América escondía,
Y en sus garras de rayos, oprimía
El secreto profundo
Que un mundo le negaba al otro mundo.

Ella ahogó el arrastrar de las cadenas;
Hijo de Dios se despertó el esclavo
Que, al sentirse hombre y grande y redimido,
Alzó a la libertad el primer canto
Que escuchó el orbe entero estremecido,
Como en día de gloria
Una diana triunfal de la victoria.

Y ella, para ostentarse ante los hombres,
Llama a aquel Dios que, al realizar su idea,
Sobre el espeso caos infecundo
Órbitas describiendo, que aun recuerda
En su vértigo eterno cada mundo,
Hizo que, al oír su voz, anonadada,
Su seno retorciendo,
Paso dejáse al ser la misma nada.
Dios a su acento acude,
Inclina la cabeza ensangrentada,
Dobla la espalda herida,
Y, ofuscando la humana inteligencia,
Se asienta allí radiante  mi creencia.

Esa es mi fe, que con orgullo ostento,
Depósito sagrado
Cuyo sublime asiento
Es la cerviz de un Dios sacrificado.

Dios en mi corazón, Dios en mi frente,
Radiosa con la luz de mi creencia:
Esa es mi noble aspiración ardiente
Que bulle abrasadora en mi conciencia.

¡Esa es mi fe, mi juramento santo,
Ante quien ser e inteligencia postro:
Lo lanzo al mundo… Si mi fe quebranto,
Lánceme el mundo su anatema al rostro!

Juan Zorrilla de San Martín


 

Sigamos con Tomás de Aquino
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8 de septiembre, 2012 

En el artículo número dos de "El credo comentado" el Aquinate nos dice: 
"No sólo le es necesario a los cristianos creer en un sólo Dios, y en que Él es el creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas, sino que también les es necesario creer que este Dios es Padre y que Cristo es verdadero Hijo de Dios"
A continuación Tomás señala algunas herejías que entendieron mal esta doctrina. 
Así "Fotino dice que Cristo es Hijo de Dios exactamente como lo son los hombres virtuosos que, por vivir honestamente y por cumplir la voluntad de Dios, merecen ser llamados hijos de Dios por adopción..." "y también afirmó que Cristo no existió antes de la Santísima Virgen, sino que comenzó a existir cuando ella lo concibió en su seno"
Responde Tomás a esto: "...erró doblemente. Primero por no proclamar que Cristo es verdadero Hijo de Dios según la naturaleza; segundo, por decir que Cristo, según todo su ser, comenzó a existir en el tiempo, mientras que nuestra fe afirma que Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y que lo es ab aeterno..."
"Sabelio afirmó ciertamente que Cristo fue anterior a la Santísima Virgen , pero sin embargo afirmó también que no es una la persona del Padre y otra la del Hijo, sino que el mismo Padre se encarnó, por lo cual una misma es la persona del Padre y la del Hijo. Pero esto es erróneo porque destruye la Trinidad de personas"
"Arrio... afirma tres cosas: primera, que el Hijo de Dios fue una creatura; segunda: que no es ab aeterno, sino que en un momento del tiempo fue creado por Dios como la más noble de las creaturas; tercera: que Dios no posee la misma naturaleza que Dios Padre, y por lo tanto no es verdero Dios.
Tal doctrina es asimismo errónea y contra el testimonio de la Sagrada Escritura. Porque el mismo Jesús dijo: Yo y el Padre somos uno (Jn. 10.30), evidentemente en cuanto a la naturaleza; y por lo tanto, así como el Padre ha existido siempre, lo mismo el Hijo, y así como el Padre es verdadero Dios, lo es también el Hijo"
"Es claro, por lo tanto, que debemos creer las siguientes verdades: Cristo es el Hijo único de Dios; es verdaderamente Hijo de Dios; ha sido siempre con el Padre; una es la Persona del Hijo y otra la del Padre; el Hijo es de una misma naturaleza con el Padre.
Pero estas verdades que creemos aquí por la fe, en la vida eterna las conoceremos por una perfecta visión"

Nos dice Tomás que "si el Verbo de Dios es Hijo de Dios, y si todas las palabras de Dios son a semejanza de su Verbo", entonces:

* debemos oír con gusto las palabras de Dios. Es señal de que amamos a Dios si escuchamos con agrado sus palabras.
* debemos creer las palabras de Dios.
* es preciso que meditemos continuamente sobre el Verbo de Dios que permanece en nosotros. En efecto, creer no es suficiente, también la meditación es necesaria; sin ella no sacaríamos provecho de la presencia del Verbo en nosotros. Además este tipo de meditación  sirve de mucho contra el pecado, como lo muestra esta frase de la Escritura: Dentro de mi corazón he guardado tus palabras, para no pecar contra ti. (Sal. 118,11)
* conviene que el hombre comunique la palabra de Dios a los demás, advirtiendo, predicando y enardeciendo.
* deben llevar a la práctica la palabra de Dios, según nos enseña Santiago: sed ejecutores de la palabra, y no tan sólo sus oyentes, engañandoos a vosotros mismos.(1.22)

"La Santísima Virgen, cuando engendró en sí el Verbo de Dios, observó por su orden estos cinco deberes relativos a la Palabra de Dios. Porque primero escuchó la palabra del ángel: El Espíritu Santo vendrá sobre ti (Lc. 2.35); segundo, consintió por su fe a esas palabras: He aquí la esclava del Señor (ibid. 38); tercero: llevó en su seno al Verbo encarnado; cuarto: lo dio a luz; quinto, lo nutrió y amamantó, por lo cual canta la Iglesia: "Al mismo rey de los ángeles la sola Virgen lo amamantó con su pecho lleno de cielo".


También en nuestros días estas herejías que señala Tomás, y otras, están presentes en nuestra sociedad, y lo cual es más grave y doloroso, en algunas ocasiones lo están también en los creyentes.
Muchos nos presentan a Jesús como un hombre más; un hombre maravilloso, pero sólo hombre. ¡No!, nuestra Santa Madre Iglesia, obediente a la Palabra de Dios y a la Tradición, nos enseña que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Uno de los grupos pseudo-religiosos actuales donde se suele hablar de Jesús pero presentándolo como uno más entre otros “sabios” o “maestros iluminados”, es la New Age.
A propósito de esto, el documento de la Santa Sede titulado “Jesucristo, portador del agua viva” nos dice qué es esta corriente y cómo presentan a Jesucristo.

“La Nueva Era no es un movimiento en el sentido en que normalmente se emplea el término « Nuevo Movimiento Religioso », ni es lo que normalmente se da a entender con los términos « culto » o « secta ». Es mucho más difuso e informal, ya que atraviesa las diversas culturas, en fenómenos tan variados como la música, el cine, seminarios, talleres, retiros, terapias, y en otros muchos acontecimientos y actividades, si bien algunos grupos religiosos o para-religiosos han incorporado conscientemente algunos elementos de la Nueva Era, e incluso algunos han sugerido que esta corriente ha sido fuente de inspiración para varias sectas religiosas y para-religiosas. Sin embargo, la Nueva Era no es un movimiento individual uniforme, sino más bien un entramado amplio de seguidores cuyo característica consiste en pensar globalmente y actuar localmente. Quienes forman parte del entramado no se conocen necesariamente unos a otros y raramente se reúnen, si es que llegan a hacerlo. Con el fin de evitar la confusión que puede surgir al usar el término « movimiento», algunos se    refieren   a    la   Nueva   Era   como un « ambiente » o un «culto de audiencia». Sin embargo, también se ha señalado que «es una corriente de pensamiento muy coherente », un desafío deliberado a la cultura moderna. Es una estructura sincretista que incorpora muchos elementos diversos y que permite compartir intereses o vínculos en grados distintos y con niveles de compromiso muy variados. Muchas tendencias, prácticas y actitudes más o menos vinculadas la Nueva Era, en realidad son parte de una reacción más amplia, fácilmente identificable, frente a la cultura dominante,    de    modo    que    el   término
« movimiento » no está completamente fuera de lugar. Puede aplicarse a la Nueva Era en el mismo sentido en que se aplica a otros movimientos sociales de vasto alcance, tales como el movimiento por los derechos civiles o el movimiento por la paz. Igual que éstos, abarca un impresionante conjunto de personas vinculadas a los objetivos fundamentales del movimiento, pero sumamente diferentes por la manera en que se vinculan a él y por el modo de entender algunas cuestiones concretas. 
La expresión « religión de la Nueva Era » es más controvertida, por lo que conviene evitarla, a pesar de que la Nueva Era es con frecuencia una respuesta a preguntas y necesidades religiosas, que ejerce su atracción sobre personas que tratan de descubrir o redescubrir una dimensión religiosa   en  su   vida.   Evitar   el término « religión de la Nueva Era » no significa en modo alguno poner en cuestión el carácter genuino de la búsqueda de significado y del sentido de la vida por parte de esas personas. Respeta el hecho de que muchos de quienes están dentro del movimiento Nueva Era distinguen cuidadosamente      entre     « religión »  y  « espiritualidad ». Muchos han rechazado la religión organizada, porque a su juicio no ha logrado responder a sus necesidades y por ello se han dirigido a otros lugares para encontrar « espiritualidad ». Más aún, en el corazón de la Nueva Era está la creencia de que la época de las religiones particulares ha pasado, por lo que referirse a ella como a una religión sería contradecir su propia autocomprensión. No obstante, se puede situar la Nueva Era en el contexto más amplio de la religiosidad esotérica, cuyo atractivo sigue creciendo”.
“Jesucristo, portador del agua viva”,Cap. 2



En cuanto a lo entiende la Nueva Era cuando dice “Cristo”, el documento dice:

“En la Nueva Era, la figura histórica de Jesús no es más que una encarnación de una idea, una energía o un conjunto de vibraciones. Para Alice Bailey, hace falta una gran jornada de súplica, en la que todos los creyentes logren crear una concentración de energía espiritual tal que se produzca una nueva encarnación que revelará a los hombres el modo de salvarse... Para muchos, Jesús no es más que un maestro espiritual que, como Buda, Moisés y Mahoma, u otros, ha sido penetrado por el Cristo cósmico. Al Cristo cósmico también se le conoce como la energía crística presente en cada ser y en el ser total. Los individuos necesitan ser iniciados gradualmente en la conciencia de las características crísticas que tienen. Cristo representa –para la Nueva Era– el estado más elevado de perfección del yo”.
“Jesucristo, portador del agua viva”, Glosario selecto.





En Tomás encontramos un maestro seguro para entender y por ende, vivir nuestra fe. Y en la Santísima Virgen María se nos presenta el modelo perfecto de respuesta a la Palabra de Dios.
El mundo tiene hambre de Dios, probablemente como nunca antes lo había tenido. Las almas esperan ansiosas – muchas veces sin tener plena conciencia de ello – el Agua Viva, que calma toda sed.
Nuestras vidas deberían ser un reflejo del amor de Dios, para que cuantos traten con nosotros lo descubran a Él.
Pero no podemos dar lo que no tenemos. Si no nos nutrimos de la palabra de Dios y de su mismo Cuerpo y la Sangre en la Eucaristía, ¿qué podremos llevar a los hombres?
Todo católico, sea cuál sea el lugar que ocupe en el mundo, debe ser, como María, un Sagrario viviente. Para algunos su misión será hacer a Cristo presente en la vida de familia, haciendo de ésta una verdadera iglesia doméstica. Para otros consistirá en vivir para Él sólo, en una total consagración, ya sea en la vida religiosa activa o contemplativa. A otros, como laicos consagrados, el Señor Jesús les pedirá que en sus labores cotidianas, sean de tipo intelectual o manual, muchas veces en el silencio y el ofrecimiento diario de sus acciones, sean la luz del mundo.
Pero ninguno está exento del estudio orante de las verdades de nuestra fe, porque ¿cómo creer en lo que no conocemos? Y digo “estudio orante” porque no es un estudio orientado a la erudición, sino, primeramente a la formación espiritual propia para que podamos estar anclados en sólido fundamento y no nos sacuda todo viento de doctrina.
Debemos conocer lo que nuestra Santa Madre Iglesia ha enseñado desde siempre; allí se hallan tesoros infinitos que pueden saciar nuestra sed de Verdad. Por otra parte, debemos poder responder a los cuestionamientos del mundo – cuando la caridad así o exija – pero no con “nuestros” argumentos, sino con los de la Iglesia. Ella es “experta en humanidad” y por esto puede dar respuesta a cada inquietud del corazón humano.
Por tanto, si queremos saber quién es realmente Jesús debemos abrevar en la fuente clara y limpia de la sana doctrina de la cual nuestra Santa Madre Iglesia es dispensadora. Debemos, además, tener trato asiduo con Jesús en la oración y recibirlo en la Eucaristía, para tener un conocimiento personal de Él; de lo contrario hablaremos de un desconocido, y nuestras palabras serán viento que se esfuma.
Pidamos a María, que en el Año de la Fe,  comencemos a amar más profunda y radicalmente a Cristo, y viviendo una vida de verdadera unión con Él, nos transformemos en Sagrarios Vivientes en donde el alma permanezca en continua adoración.
¡María, sede de la Sabiduría, intercede por nosotros!

Verónica





“Prosigamos con las enseñanzas de Tomás de Aquino”
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                                                                                                                      9 de junio, 2012

El Aquinate nos enseña que Dios es el creador de todas las cosas, las visibles y las invisibles. Que el mundo fue hecho de la nada y que tuvo un comienzo. Dios crea la forma y la materia; en cambio el hombre nada puede hacer sino de alguna materia preexistente. Es una gran diferencia, ya que mientras Dios crea (saca de la nada), el hombre sólo puede hacer (producir algo a partir de materia preexistente).

De estas enseñanzas Tomás extrae cinco consecuencias prácticas:

a) El conocimiento de la Majestad Divina: el que hace algo es superior  a su obra, por eso, todo lo que podemos comprender y pensar de Dios está por debajo de Él.
b) La acción de gracias: todo lo que somos y todo lo que tenemos,  procede de Dios. ¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido? 1 Cor.4,7
c) Paciencia en las adversidades: las penas purgan los pecados, inducen a los buenos  al amor de Dios.
d) Recto uso de las cosas creadas: Dios ha creado todo para su gloria y para nuestro provecho, no para nuestro pecado.
e) Conocimiento de la dignidad del hombre: Dios hizo todas las cosas para el hombre, la más semejante a Dios de todas las creaturas – después de los ángeles - . No debe el hombre disminuir su dignidad por el pecado y por el apetito desordenado de las cosas corporales.


    Vivimos en un mundo que nos bombardea constantemente con sus principios positivistas y que intenta imponernos la racionalidad científica como la única válida.
    En los centros educativos – primarios, secundarios y terciarios – se impone a los alumnos la idea de que aquello que no podemos conocer a través de la experiencia sensible, no existe. Y los “sabios de este mundo” se burlan de la fe y de aquellos que la profesan porque consideran que solamente los débiles que necesitan “aferrarse a algo” creen en cosas absurdas como el alma, la vida eterna, el Cielo, el Infierno, etc.   
    Y muy ufanos con su parcial conocimiento de la realidad (parcial porque el conocimiento natural, sensible, sólo nos explica una parte de la realidad; pero aquello que es justamente el fundamento de lo que existe, no lo explica. La ciencia nos explica cómo se comporta la materia, por ejemplo, pero no por qué existe), juzgan a aquellos que saben que su inteligencia creada no es capaz de abarcar por sí sola aquello que está por encima de ella. Pero es que si pudiéramos explicar a Dios de la misma forma que explicamos o demostramos un teorema, entonces Dios sería, por lo menos, igual a nosotros, y entonces ¡no sería Dios!
    Nosotros somos, al igual que el resto de la creación, la obra de Dios, y como nos enseña Tomás, el hacedor es superior a su obra.
    La razón no sólo es necesaria, sino que es imprescindible, pero ella sola, si no es ayudada por la fe, no puede llegar al conocimiento de las verdades últimas, que son las que todo hombre – lo reconozca o no – ansía en lo más íntimo de su ser.
    El hombre peca de soberbia – al principio de la creación y a lo largo de la historia – al querer ser como Dios y no reconocer que esa inteligencia de la que se jacta, no se la ha dado el hombre a sí mismo, sino que la ha recibido de Otro.
    Así, olvidando a su Hacedor, se hace señor de sí mismo y olvida que nada tenemos que no hayamos recibido y usa de lo creado no de forma recta – esto es, para la gloria de Dios y su propio bien – sino para satisfacer sus caprichos aún  a costa de su propia infelicidad y destrucción, y de renunciar a su dignidad haciéndose esclavo de aquello de lo que debía ser señor.
    De esta forma la humanidad con fe ciega en el progreso científico y tecnológico espera encontrar en ellos las respuestas a todas las interrogantes, la solución a todos los problemas, incluído el tema del dolor, de la muerte, a los cuales no ve como consecuencia del pecado ni como hechos naturales, sino como cosas que serán erradicadas en el futuro con ayuda de la ciencia.
    Y al cerrarse así a todo sufrimiento por no ver en él el valor purificador y redentor, no lo asume y lo hace dar fruto, sino que huye de él, desaprovechando las muchas ocasiones que Dios nos da en nuestra vida diaria de vencernos a nosotros mismos y de poder ofrecer algo en unión con el sufrimiento de Cristo crucificado.
    Como vemos, la lectura atenta y abierta a descubrir lo que la fe tiene para decirnos, del Credo comentado de Tomás, nos ayuda a descubrir cómo podemos vivir nuestra fe en todos los acontecimientos de nuestra vida cotidiana, creciendo en amor a nuestro Creador y dejando modelar nuestra mente y nuestro corazón por Aquel que es el único que sabe cuál es nuestro verdadero bien.





Seguimos con el “Credo comentado” de 
Tomás de Aquino
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                                                                         2 de febrero, 2012 



Artículo 1

“Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso,
Creador del Cielo y de la Tierra”


    “La primera verdad que todos los fieles deben creer es que existe un solo Dios. Debemos, pues, considerar qué significa esta palabra: “Dios”, que no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee todas las cosas. Por lo tanto, creer que Dios existe es creer que Él gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien.
    Al contrario, creer que todo sucede al azar, es no creer en la existencia de Dios. Sin embargo, nadie hay tan insensato que no crea que los seres de la naturaleza son gobernados, ordenados y sometidos a una providencia ya que se suceden según un orden determinado y según el ritmo de los tiempos. Vemos, en efecto, cómo el sol, la luna, las estrellas y todos los otros seres de la naturaleza guardan un curso determinado, lo cual no sucedería si dependiesen del azar. En consecuencia si hubiere alguien que no creyese en la existencia de Dios, ese tal sería un insensato. Dice el salmista: Dijo en necio en su corazón: no existe Dios. (Ps. 13,1)

    Sin embargo hay algunos que aun cuando creen que Dios gobierna y dispone las cosas naturales, niegan la acción de la Providencia de Dios sobre los actos humanos, es decir, no creen que los actos humanos están gobernados por Dios.
……………………………..
    Dios ve, pues, todas las cosas, tanto los pensamientos de los hombres como los secretos de su voluntad. De aquí brota especialmente para los hombres la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen manifiesto está a la mirada divina. Bien dice el Apóstol: Todo está desnudo y patente a los ojos del Señor.(Hebr. 4,13)”

   
    Un ejemplo actual de cómo la Providencia Divina gobierna todo es la experiencia del Cardenal Francois Xavier Nguyen Van Thuan, quien fue Obispo de Nhatrang (Vietnam) durante ocho años. En 1975, recién nombrado Obispo coadjutor de Saigón, fue arrestado por los comunistas y pasó trece años en la cárcel, nueve de ellos en asilamiento.
    En el libro “El gozo de la esperanza” (donde se recoge el último retiro espiritual dado por el Cardenal), nos dice:

    “Cuando me detuvieron, no me dejaron llevar nada, pero me permitieron escribir a casa para pedir ropa o medicinas. Yo pedí que me enviaran vino como medicina para el estómago. Al día siguiente, el director de la cárcel me llamó para preguntarme si me dolía el estómago, si necesitaba medicinas, y al responderle afirmativamente, me dio un pequeño frasco de vino con la etiqueta “medicina contra el dolor de estómago”. ¡Ese fue uno de los días más hermoso de mi vida! Así pude celebrar diariamente la Misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano y con un trozo de Hostia (me mandaron unas cuantas formas escondidas en una antorcha contra la humedad). Luego, cuando estaba con otras personas católicas, sus familiares me proveían de vino y de formas cuando venían a visitarlos. Así que, de distintas formas, pude celebrar casi siempre la Misa, solo o con otros. Lo hacía pasadas las 21 y 30, porque a esa hora ya no había luz y podía organizarme para que seis católicos se reunieran. Todo el grupo dormía en una cama común, cabeza contra cabeza y pies para afuera, veinticinco a cada lado. Cada uno disponía de medio metro. ¡Estábamos como sardinas!
    Cuando celebraba la Misa y daba la comunión, enjuagábamos el papel de los paquetes de cigarrillos de los prisioneros y, con arroz, los pegábamos para hacer un saquito y meter allí al Santísimo.
    Todos los viernes teníamos una sesión de adoctrinamiento sobre marxismo, a la cual debían asistir todos los prisioneros. Le seguía un breve descanso, durante el cual los cinco católicos llevaban el Santísimo a otros grupos. Yo también lo llevaba en un saquito en el bolsillo, y la presencia de Jesús me ayudaba a ser valiente, generoso, amable y a testimoniar la fe y el amor a los demás.
    La presencia de Jesús obraba maravillas, porque también entre los católicos los había menos fervorosos, menos practicantes… Había ministros, coroneles, generales, y, en la prisión, por la noche, todos hacían una hora santa, una hora de adoración y de oración a Jesús en la Eucaristía. Así, en medio de la soledad y del hambre, un hambre terrible, podíamos sobrevivir. Así es como fuimos testigos en la cárcel. La semilla había sido enterrada. ¿Cómo germinaría? No lo sabíamos, pero poco a poco, uno tras otro, los budistas y los de otras religiones que a veces son fundamentalistas y muy hostiles a los católicos, expresaban su deseo de hacerse católicos. Entonces, en los momentos libres, enseñaba catecismo, y bauticé y fui padrino.
    La presencia de la Eucaristía cambió la cárcel; la cárcel, que es lugar de venganza, de tristeza, de odio, se había convertido en lugar de amistad, de reconciliación y de escuela de catecismo. ¡El Gobierno, sin saberlo, había preparado una escuela de catecismo!”

    Tomás nos dice que algunos que no creen que la Providencia Divina dirige los actos humanos: “Aducen como razón el hecho de ver cómo en este mundo los buenos sufren y los malos prosperan, de donde pareciera que no hay una Providencia Divina respecto a los hombres; por lo cual hablando en nombre de ellos se dice en el Libro de Job: Dios está escondido allá entre las nubes, y se desinteresa de nuestros asuntos” (22,14)

    El testimonio que hemos leído de Van Thuan es un ejemplo – y muy actual – de cómo Dios sí dirige cada acto humano hacia la consecución de un bien.
    Mirada con ojos puramente humanos, la experiencia del Cardenal es otra injusticia más; pero proyectada en el horizonte de la fe vemos cómo Dios – a través de estas situaciones – llevó a muchos a la conversión y a otros a reavivar su fervor.
    Quizá muchos de los que estaban allí no hubiesen escuchado nunca la predicación del Evangelio, pero el VER cómo vivían allí los creyentes fue lo que los convenció.
    ¡Sí!, sólo por contagio se puede trasmitir la fe. Sólo ver la fe vivida, encarnada en la vida de los que nos decimos creyentes es lo que atrae a los que aún no creen.
    Es por ello que debemos vigilar para que nuestra vida sea coherente con lo que profesamos con nuestros labios; porque el mundo está muy atento a nuestras vidas, y si en ellas no se ve nuestra fe, aun cuando “cumplamos” con los actos exteriores que nos exige nuestra fe, estaremos negando a Cristo.
    Pidamos al Cardenal Van Thuan en este Año de la Fe, corresponder a la gracia para vivir de tal forma que todos los que nos vean, vean a Cristo.
    ¡Seamos Evangelios vivientes! 
                                                                      






EL CREDO COMENTADO (Tomás de Aquino)
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                                                                         21 de enero, 2012

En el  prólogo de “El Credo comentado”, Tomás nos dice que la fe aporta cuatro bienes:


PRIMERO:  “por la fe el alma se une a Dios”

“En efecto, por la fe el alma cristiana contrae una especie de matrimonio con Dios,  conforme a estas palabras del Señor a Israel: «te desposaré conmigo en la fe» (Os. 2,20)”
“Lo dice el mismo Señor: «el que creyere y fuere bautizado, se salvará»” (Mc. 16,16)}
 “Más aún, hay que saber que sin la fe nadie es acepto a Dios…”

SEGUNDO:  “por la fe se incoa en nosotros la vida eterna”
 
“La fe es la substancia de las realidades que se esperan” (Hb. 11,1)
"Porque la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios: «La vida eterna consiste en conocerte a ti, el solo Dios verdadero» (Jn. 17,3) Pues bien, este conocimiento de Dios comienza acá por la fe, pero alcanza su perfección en la vida futura, en la cual conoceremos a Dios tal cual es”

TERCERO:   “la fe dirige la vida presente”

“En efecto, para que el hombre viva bien, es menester que sepa qué cosas son  necesarias para llevar una vida virtuosa”
“La fe… enseña todo lo que hay que saber para vivir sabiamente. En efecto, ella nos enseña que existe un solo Dios, que recompensa a los buenos y castiga a los malos, que hay otra vida, y otras cosas semejantes”

CUARTO:     “por la fe vencemos las tentaciones”
   
        “…toda tentación viene o del diablo, o del mundo o de la cerne”
“Nos tienta el diablo para que no obedezcamos a Dios ni a él nos sometamos. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe sabemos que Él es el Señor de todo, y por lo tanto debe ser obedecido”
“El mundo, por su parte, nos tienta, ya seduciéndonos con lo próspero, ya atemorizándonos con lo adverso. También es aquí la fe la que nos hace creer en la realidad de una vida mejor que la vida presente”.
“La carne, en fin, nos tienta también induciéndonos a los goces pasajeros de la vida presente. Pero la fe nos muestra que, por esos goces – si a ellos nos adherimos indebidamente -, perdemos los goces eternos”.
 

            

 
AÑO DE LA FE




El  Santo Padre Benedicto XVI ha convocado  un Año de la Fe. El mismo comenzará el 11 de octubre de 2012 y culminará el 24 de noviembre de 2013.
        En la Carta Apostólica “Porta fidei” – con la cual convoca dicho año – el Santo Padre nos señala algunos puntos importantes que todos podemos poner en práctica para prepararnos para este Año de la Fe.
         ¿Por qué convocar dicho año?
      “Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”. (“Porta Fidei”, n°2)
         “…la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos” (“Porta Fidei, n°12)
         Pero no pensemos que este cambio en la mentalidad – y por tanto en la sociedad – nos es ajeno a los católicos. El mundo ha penetrado en las mentes y los corazones de no pocos católicos que, por ignorancia o voluntariamente, se rigen en su vida pública y privada por los mandamientos del mundo y no por la ley divina.
         Para poder enfrentar los embates del mundo debemos estar firmemente anclados en la fe y esto lo podemos lograr solo si conocemos lo que creemos para poder luego conformar nuestra razón y nuestra voluntad a lo que creemos.
         Nos dice el Papa a este respecto:
         “…el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia” (“Porta Fidei”, n° 10)
         “…existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10)”. “…el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios”. “Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree” (“Porta Fidei”, n° 10)
         Por ello los católicos debemos despertar y tomar en serio nuestra fe – o de lo contrario no decir que somos creyentes -. Esto es esencial a dos niveles: el primero es el nivel personal: ¿cómo puedo regir mi vida por unos principios que desconozco? Tampoco es suficiente el conocimiento meramente intelectual o teórico, si bien esto también en necesario; pero lo fundamental es hacer vida lo que creemos. Y acá entra el segundo nivel: vivimos en una cultura donde Dios es el gran ausente. Cuando se lo nombra es para decretar que ha muerto (Nietzsche), para considerarlo una amenaza para nuestra felicidad. ¿Cuál es la misión de los bautizados?, vivir como hijos del Padre y que esto se manifieste en nuestra vida pública. ¿Cómo?: con nuestras vidas. Podemos hablar mucho, dar conferencias, escribir libros, etc, pero lo único verdaderamente eficaz es el ejemplo. Como ya lo dijo san Francisco de Asís: “no hay mejor predicador que «fray ejemplo».
         Si con nuestras vidas negamos lo que decimos creer, todo es inútil.
         Nos dice el Santo Padre cómo debemos actuar los creyentes:
         “…a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó” (“Porta Fidei”, n° 6). “…esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año” (“Porta Fidei”, n° 9). “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (“Porta Fidei”, n° 15)
         Algo que podemos hacer es dedicarnos este año a estudiar y profundizar nuestro Credo, ya que como dice el Santo Padre: “…los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado” (“Porta Fidei”, n° 4).
         Un instrumento muy adecuado para conocer y amar más las verdades de nuestra fe es la lectura de “El credo comentado” del amado Doctor Angélico, santo Tomás de Aquino.
         Para ello iré publicando en el blog fragmentos de dicha obra.
        ¡Que santo Tomás de Aquino interceda por nosotros ante la Santísima Trinidad y que con la luz de su doctrina ilumine nuestras mentes y nuestros corazones!

Verónica.



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